lunes, 30 de julio de 2012

little story

There was a young boy sitting on a corner, alone, afraid to get out of his safe box, full of the precise answers, full of the security of the certain. A man comes by, with his creative and colorful clothes, and reaches his left hand to the kid. 'Come, come with me to the place where you can feel the thrill of creation. Where your mind can fly limitless.' 'Will it hurt?' asked the boy. 'Of course it will, but what's life without pain? you can sit there in your comfort or you can choose to explore the world, your world.' 'Is it woth the pain?' 'Every  second of it', replied the man. The boy, shaking, took his hand. He would not regret that.

viernes, 6 de julio de 2012

Vianda de ayer

El otro día esperaba la llegada del subte en un andén de la línea C. Por una tardanza  mayor a la habitual en nuestro transporte público se juntó una multitud impaciente. Cuando finalmente llega la formación, y se detiene, la gente se agolpa ansiosa delante de la puerta, que al abrirse, hizo encontrarse de frente con un aluvión humano a quienes querían bajar. Por un segundo se generó un efecto similar al que se da cuando se juntan dos imanes de igual signo. En ese instante de falta de sentido común me sale decir lo lógico: -dejen bajar, por favor- (lógico; el espacio adentro es finito y entra determinada cantidad de gente, si esa gente no sale, no puede entrar más). Repito porque por ahí hablé en italiano o en algún otro idioma. En ese momento uno de los que no dejaban bajar se da vuelta y me echa una mirada que claramente reza -¡¿qué te pasa?! yo hago lo que quiero-. Es increíble lo poco que aguanté esa sensación de que poco le importaba el resto de la gente. No me achiqué y lo miré fijo -¿Qué? Tenés que dejar bajar, flaco-. 
   Es sabido que, por lo general, la gente es difícil que acepte que un extraño le diga que está haciendo algo mal ("¿Quién es este?" podría pensar), por más que no se de cuenta en el momento. Probablemente mi amigo del subte no lo haya entendido ahí.  Aún así la prepotencia de su mirada fue un golpe a mi juvenil idea de que como sociedad podemos mejorar. ¿Puede ser que el egoísmo sea tan fuerte que no reparemos en que estamos todos en el mismo barco y que no es un naufragio donde rige el sálvese quién pueda? Es increíble que nos olvidemos que compartimos un espacio, que todos conformamos una gran red, un gran bosque y que no somos árboles en nuestro cantero donde estoy desligado de lo que le suceda al de al lado. 
    Estoy convencido que tenemos que borrar de nuestras cabezas el famoso no te metás que tantos predicaron. ¿No te metás? ¿Porqué no habría de hacerlo? si tengo la convicción de que como sociedad se puede mejorar ¿Quién  me lo impide más que  mi  mismo? Hay que tener coraje y decir las cosas, y acordarse que el no te  metás es un invento de los corruptos para salirse impunemente con la suya. Una vez leí que la forma más efectiva de que la gente respete (porque esto radica en una profunda falta de respeto: por el otro, por lo ajeno, por lo público, etc.) una norma o una regla es que el castigo llegue indefectiblemente. Y puedo asegurar que no hay nada  más fuerte que el castigo social para que la gente no se olvide, ya que nadie quiere sentirse un paria. Y por castigo social me refiero a que si alguien hace algo indebido (como ensuciar la calle) venga alguien y se lo remarque, con respeto y buena onda, aunque sin resignar firmeza. A que cuando alguien rompe algo que es de todos le recordemos que es nuestro, y que costó, y que estaría bueno que el que viene atrás lo pueda usar también. Le recordemos que para que suba alguien al subte, antes otro tiene que poder bajar.