viernes, 9 de noviembre de 2012

Cuento - La sed

    Corría lenta la tarde veraniega sobre un colectivo camino a casa. Repleto de gente, este navegaba por un mar de vehículos cortando una brisa de smog negro asfixiante. El calor humano y los hedores corporales eran insoportables; las ropas, húmedas y ceñidas al cuerpo tal selva tropical, también. El tiempo que llevaba viajando y que todavía tenía por viajar se me hacían incalculables por el tedio. Me preguntaba como gente civilizada podía viajar así.  Sin música, no tenía con qué entretenerme, ni siquiera para endulzar los ojos: en los asientos solo encontraba mujeres entradas en la menopausia; a mis lados un gordo rockero enemistado con el desodorante y un chico joven poco acostumbrado a la camisa y corbata. Cerca, un par de moscas luchaban violentamente por posarse sobre la putrefacta herida supurante de pus en la cara de un obrero. Me sentía como en un bondi directo al infierno, con aclimatación acorde a mi destino. Un horno donde todos nos cocinábamos lentamente. Yo, a todo esto, iba con la inocencia de un día como cualquier otro, como quien ignora que en unos minutos, esa misma tarde y con sus propias manos, iba a matar a alguien.

domingo, 16 de septiembre de 2012

...que olvidó su dolor (parte II)

    Seguramente estarán quienes digan que no son corruptos y se llenen la boca hablando de honestidad y moral: yo no haría eso. ¿Pero como estar tan seguro? Si el argentino cada vez que puede no pagar algo, no lo paga, cada vez que puede ventajear a alguien lo hace... y eso lo hace corrupto, aunque el crea que lo hace vivo. Así daña a la sociedad, a un tercero o destruye algo. No nos importa cuanto repercuta ese acto en particular, constantemente estamos accionando de manera corrupta. Como cuando el argentino que tiene una moneda cruza el charco hacia Europa y encuentra un sistema de transporte libre de control alguno... bah, encuentra "transporte gratuito" (me declaro CULPABLE). Y no es necesario salir del país para encontrar estas actitudes: para el 62 en Plaza Francia y como la puerta delantera de la formación no andaba del todo bien, el chofer abre la puerta del  medio para que suba la gente. Al irse todos los que ingresaron a sentarse, aprovechándose de la situación, el conductor dice con una sorprendente amabilidad -La maquina está habilitada, pueden pagar, ¿si?-. Uno de los que entró aplicando la modalidad paga dios, un chico de traje bien arreglado, contesta de mala manera -¡Hubieses abierto la puerta de adelante!-. Era temprano a la mañana, por lo que no tenía ganas de discutir y pelear como habitualmente me sucede, pero me pareció correcto preguntarle si entrar por el medio lo habilitaba a no pagar y contarle que todos los que habíamos subido antes habíamos pagado como correspondía. No hubo respuesta. No hubo apoyo. Este pequeño incidente me trajo a la mente una idea que frecuentemente revolotea por mi cabeza: somos inmunes a la corrupción, tanto que ya es parte de nosotros. No nos genera  mucho, como a un matarife terminar con una vaca, a sabiendas que para cualquier otra persona esa sería una faena difícil de llevar a cabo, a nosotros llevarnos por delante normas o gente no nos mueve un pelo. Y nos debería revolver el estómago,  la consciencia. Podemos observar la sangre espesa chorrear por el cuello de la sociedad como un espectáculo cotidiano. Así estamos maniatando el camino hacia una sociedad más justa donde se pueda vivir en armonía.
   Esos políticos de los cuales esperamos solución a todos nuestros problemas no son más que el reflejo en un espejo de lo que somos nosotros. Nacen del fondo de nuestra sociedad con todos nuestros vicios, solo que  manejándose a otra escala. Hay que entender que para que este reflejo cambie primero tengo que cambiar yo en el día a día, en los pequeños actos y así erradicar las actitudes corruptas. Recordar que con cada acción corrupta le hago un daño a la sociedad de la soy parte, que aunque imperceptible, a la larga nos cuesta a todos; que la sociedad no es algo etéreo sin importancia, sino algo que construyo a cada paso que doy y que si esta es fuerte y sin vicios, nuestras oportunidades de prosperar van a ser cada vez  más grandes.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Encarnada en un pie... (parte I)

ADVERTENCIA: ESTO NO  ES UNA OPINIÓN POLÍTICA, SINO CRÍTICA CIUDADANA.
Una noche, mientras intento estudiar, empiezo a escuchar un ascendente chapoteo en la calle. -No puede ser, no hay una nube en el cielo.- Cuando ya suena como si cayese granizo del tamaño de pelotas te tenis me decido a salir al balcón. El show es increíble: casi todos los balcones llenos de gente golpeando cacerolas, sartenes o barandas, con algún que otro bocineo que coronaba la sinfonía callejera. Era el clímax de la protesta por la prohibición para comprar dólares y la gente estaba exasperada, algunos pedían por la dimisión del gobierno. Al poco tiempo sale mi vecina de al lado a su balcón con una cuchara y un jarrito. -¡Dale, golpeá!- dice con una sonrisa casi irresistible. Le sonrío de vuelta pero no golpeo. No. No porque no crea que el reclamo es justo, ya que en parte se cambiaron las reglas del juego y la situación inflacionaria hace que ahorrar en pesos sea perder plata (esos pesos se devalúan día a día). Pero este reclamo representa todo el egoísmo que tenemos: me quejo porque MI bolsillo pierde. Ojo, considero que está bien que uno se queje si su economía está siendo atacada, pero... ¿Cuál es la razón que hizo que ignoráramos otras situaciones donde la sociedad en conjunto era la perjudicada? ¿Por qué con desdén no consideremos que otros actos de corrupción de parte de nuestros gobiernos (Skanska, la bolsa, la valija, YPF, Croacia y Ecuador, Siemens, etc.) sean dignos de una protesta? ¿Puede ser que seamos tan cortos de vista que no veamos que cuando el conjunto de sociedad se perjudica, yo me perjudico indirectamente, porque soy parte de esta sociedad? ¿Puede ser que pensamos a la sociedad como algo etéreo de lo que no somos un componente básico?
   El egoísmo nos consume, nos aleja del crecimiento como conjunto. Por momentos parece que todos tiran para un lado distinto, anulando cualquier tipo de avance concreto. Es fácil protestar por el bolsillo propio ¿pero por lo que es de todos? Ese desinterés hace que no nos importe cuando alguien rompe un tacho de basura en la calle o un banco en una plaza. Eso lo sentimos de nadie, cuando en realidad es de todos: es tan nuestro como nuestra cama, como nuestra casa o nuestra ropa. El cupo de la Universidad pública y gratuita, lo pagamos entre todos. La vereda del edificio de al lado es tan mía como la de mi casa.
   Como sociedad vivimos boicoteandonos, siempre nos consideramos agentes extraños a ella, que los efectos de que como conjunto no progresemos son mínimos sobre nosotros, y que la responsabilidad de  mejorar cae solo en otros, unos otros que parece que vinieron de algún otro lugar en plato volador : la clase dirigente, los políticos. Esos políticos que culpamos por todo lo malo que nos pasa. Pero claro ¿Qué podemos hacer, si hubo alguien que los eligió por nosotros? La divina providencia así lo dispuso... eh, ¿Como? ¿Nadie nos impuso ninguno de los gobiernos desde el 83 en adelante? ¿Pero entonces porque estamos así, si no hay nada de malo en nosotros? Quizás cuando alguien dijo que cada pueblo tiene el gobierno que se merece no estaba tan equivocado...

lunes, 30 de julio de 2012

little story

There was a young boy sitting on a corner, alone, afraid to get out of his safe box, full of the precise answers, full of the security of the certain. A man comes by, with his creative and colorful clothes, and reaches his left hand to the kid. 'Come, come with me to the place where you can feel the thrill of creation. Where your mind can fly limitless.' 'Will it hurt?' asked the boy. 'Of course it will, but what's life without pain? you can sit there in your comfort or you can choose to explore the world, your world.' 'Is it woth the pain?' 'Every  second of it', replied the man. The boy, shaking, took his hand. He would not regret that.

viernes, 6 de julio de 2012

Vianda de ayer

El otro día esperaba la llegada del subte en un andén de la línea C. Por una tardanza  mayor a la habitual en nuestro transporte público se juntó una multitud impaciente. Cuando finalmente llega la formación, y se detiene, la gente se agolpa ansiosa delante de la puerta, que al abrirse, hizo encontrarse de frente con un aluvión humano a quienes querían bajar. Por un segundo se generó un efecto similar al que se da cuando se juntan dos imanes de igual signo. En ese instante de falta de sentido común me sale decir lo lógico: -dejen bajar, por favor- (lógico; el espacio adentro es finito y entra determinada cantidad de gente, si esa gente no sale, no puede entrar más). Repito porque por ahí hablé en italiano o en algún otro idioma. En ese momento uno de los que no dejaban bajar se da vuelta y me echa una mirada que claramente reza -¡¿qué te pasa?! yo hago lo que quiero-. Es increíble lo poco que aguanté esa sensación de que poco le importaba el resto de la gente. No me achiqué y lo miré fijo -¿Qué? Tenés que dejar bajar, flaco-. 
   Es sabido que, por lo general, la gente es difícil que acepte que un extraño le diga que está haciendo algo mal ("¿Quién es este?" podría pensar), por más que no se de cuenta en el momento. Probablemente mi amigo del subte no lo haya entendido ahí.  Aún así la prepotencia de su mirada fue un golpe a mi juvenil idea de que como sociedad podemos mejorar. ¿Puede ser que el egoísmo sea tan fuerte que no reparemos en que estamos todos en el mismo barco y que no es un naufragio donde rige el sálvese quién pueda? Es increíble que nos olvidemos que compartimos un espacio, que todos conformamos una gran red, un gran bosque y que no somos árboles en nuestro cantero donde estoy desligado de lo que le suceda al de al lado. 
    Estoy convencido que tenemos que borrar de nuestras cabezas el famoso no te metás que tantos predicaron. ¿No te metás? ¿Porqué no habría de hacerlo? si tengo la convicción de que como sociedad se puede mejorar ¿Quién  me lo impide más que  mi  mismo? Hay que tener coraje y decir las cosas, y acordarse que el no te  metás es un invento de los corruptos para salirse impunemente con la suya. Una vez leí que la forma más efectiva de que la gente respete (porque esto radica en una profunda falta de respeto: por el otro, por lo ajeno, por lo público, etc.) una norma o una regla es que el castigo llegue indefectiblemente. Y puedo asegurar que no hay nada  más fuerte que el castigo social para que la gente no se olvide, ya que nadie quiere sentirse un paria. Y por castigo social me refiero a que si alguien hace algo indebido (como ensuciar la calle) venga alguien y se lo remarque, con respeto y buena onda, aunque sin resignar firmeza. A que cuando alguien rompe algo que es de todos le recordemos que es nuestro, y que costó, y que estaría bueno que el que viene atrás lo pueda usar también. Le recordemos que para que suba alguien al subte, antes otro tiene que poder bajar.